martes, 12 de octubre de 2010

El trabajo invisible. La justicia social sino es de género no es justicia.

La muchacha, la señora, la chacha, la sirvienta, son sólo algunos calificativos para referirse a las empleadas domésticas, que realizan un trabajo históricamente subordinado, el trabajo del ámbito privado, ese que sustenta la vida misma y que en la sociedad patriarcal carece de valor, pues recordemos que la guerra y la política están por encima de la crianza y el cuidado del hogar.  Este trabajo, el de la economía sumergida, nos recuerda que las luchas socialistas de la primera ola del feminismo tienen más vigencia que nunca.
Las condiciones en las que laboran la mayoría de las empleadas domésticas, sin seguridad social, sin contratos, con acoso sexual, salarios inferiorizados, son la manifestación más obvia de la desigualdad estructural de género y de clase.
Clara Zetkin (1857-1933), feminista de la primera ola -destacada por su práctica política- analiza la problemática específica de la mujer de clase “baja”, y sobre la lucha por los derechos de las mujeres proletarias nos dice que la emancipación de ellas no puede ser una lucha similar a la que desarrolla la mujer burguesa contra el hombre de su clase; por el contrario la suya es una lucha que va unida a la del hombre de su clase contra la clase capitalista.
El 8 de marzo, de hecho, es un movimiento impulsado por Clara Zetkin para el reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres trabajadoras proletarias, que reconoce los modos de esclavitud en la que se encuentran las personas que realizan los trabajos domésticos, sean amas de casa o trabajadoras domésticas “remuneradas” de casa u oficina, ambas identificadas con un trabajo históricamente femenino informal.
La tercera ola del feminismo comparte el valor propuesto por las feministas socialistas de la primera ola, recupera la propuesta de que mujeres y hombres deben unirse en función de las causas sociales sin discriminación negativa, es decir, valorar los problemas en colectividad, lo que afecta a las empleadas domésticas con sus derechos laborales ausentes y la visión subordinada sobre sus vidas y su ocupación afecta a todo un colectivo social, afecta nuestra economía, afecta nuestra dignidad.