miércoles, 1 de septiembre de 2010

Una reflexión del patriarcado y las pensiones alimenticias

Por: Jazmín Soto
Sin la pasión y autonomía de la mujer amada, el esposo no existe,
Sin el deseo y autonomía de la mujer, los hijos no sobreviven,
Sin amor y sin autonomía, las familias son sólo fragmentos rotos y enfermos.

Al polarizarse los roles de género hombres y mujeres quedan castrados en su autonomía, esta compleja dependencia, expulsa a los hombres de lo doméstico, y de la importancia que el saber doméstico tiene para cuidar de sí y de los seres amados, limitados a ser proveedores, cumplen o no con el rol social, las más de las veces con una cuota de amargura.

Por parte de las mujeres, escindidas por la educación de género de la remuneración económica, dependen de sus compañeros para suplir esta imposibilidad, cuando una familia se separa con y en la violencia, incluyendo la económica, esta se reproduce cíclicamente, no solo los golpes entran en el ciclo de violencia, la violencia económica también es cíclica, y lo sabemos pues existen padres que no quieren hacerse cargo de la vida humana que engendraron, se ingresa en “juicios”, trámites exhaustivos, pleitos, gestiones burocráticas, papeleo, para traducir la lucha de poder a través de los hijos en dinero. No parece esta una manera de amar, sino de odiar.

El odio que muchos compañeros han generado por trámites de pensión alimenticia considerados exitosos, es muy lamentable, y es que el que los hombres tengan que asumir la responsabilidad económica de otro ser involuntariamente, también es doloroso, como resultado: mujeres dependientes y resentidas, hombres castigadores y ausentes.

La socialización en el patriarcado implica para hombres y mujeres una castración de su condición humana, ejercer el poder determinará si se es o no una persona cabal y valiosa ante la terrible consecuencia y contradicción que tiene la dominación: no sentir, no vivir, no cuidar, no amar, no mantener, no alimentar, no ser compasivos ni con los propios mucho menos con los ajenos.

Para hombres y mujeres que se adhieren a la masculinidad dominante, las emociones, la empatía y el placer enorme de que las familias estén bien, juntas o separadas, queda negado, pues el único interés es poseer, en cuanto no se posee y domina se engendra la violencia como miedo a perder, recordemos que el machismo es un individualismo, un egoísmo, ya no se piensa en los otros, solo en “no dejarse” y no ceder.

Lo anterior, encuentra justificación en las muy conocidas historias en un trámite de pensión alimenticia, “lo que sea para mis hijos, pero para ella (la madre) nada”. Para la mujer dormida que educaron para trabajo doméstico (ese que es valioso pero no remunerado, trabajo y saberes escindidos de la vida pública), es comprensible que piense que no puede existir sin un hombre fuerte a su lado (a quien se le escindió de la vida doméstica para solo cumplir rol de proveedor y depender de los cuidados domésticos), sin un hombre que la ame y ame a sus hijos/as, desafortunadamente por el mandato de género, le será difícil encontrar apoyo económico temporal, alimento, vivienda, educación y trabajo remunerado, además de valor suficiente para enfrentar todos los muchos trámites que implica una pensión que, al ser involuntaria, se convierte en dádiva forzada para ella y para sus hijos.

Esta es quizás una de las expresiones más dolorosas del patriarcado, pues la vida humana en los valores patriarcales se reduce a productos y vientres, que les ha tocado parir y les ha tocado crecer sin mayor solidaridad que la de la voluntad femenina más próxima.

No existe un tiempo límite ni una fórmula para despertar y educarnos, para estar felices de vivir; el trabajo mental, espiritual y de valores para nuestro bienestar es permanente lucha contra los hábitos violentos que hemos aprendido a aceptar y reproducir, sobre nuestras vidas y sobres las vidas próximas a nosotros/as, dejando como rastro seres fragmentados y enfermos.

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